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Coordenadas Imprecisas de La Muerte

agosto 27, 2008

La novela se articula de manera fragmentaria en siete bloques generales, que en ocasiones se subdividen a su vez en apartados, y una nota final. El primero de estos bloques es “Coordenadas Imprecisas de La Muerte” y está dividido en diez “pequeñas muertes” y un último apartado con el mismo título del bloque.
La novela se abre con un poema de Netzahualcóyotl sobre la caducidad de la vida en la tierra que termina con un enigmático “tendremos que despertar/ nadie habrá de quedar”, como si el final del viaje trascendental consistiera en el regreso a la conciencia. Este comienzo no solo anticipa uno de los ambientes temáticos de la novela, y sobre todo del hipermedia: el de los enigmas de la cultura Azteca, sino que también resume, como veremos, el viaje mental que a lo largo de la novela realizará nuestro protagonista Amaury.
El primer bloque, como otros cinco de los siete que conforman la novela, se abre con un poema de Manuel Machado de la serie Ars Moriendi publicada por primera vez en 1922. En este clima mortuorio, una voz inquisitiva y reprensiva, se dirige a Amaury advirtiéndole de su final inminente. Pese a que argumentalmente esta voz puede explicarse como un desdoblamiento del propio protagonista que se habla a sí mismo desde alguna zona de la conciencia, la elección de la segunda persona gramatical para la voz omnisciente del narrador, no deja de ser un recurso que involucra activamente al lector, el cual se siente interpelado e incluido en el desarrollo de la ficción. Consideramos que no se trata en absoluto de una elección arbitraria sino que el autor requiere de nosotros desde el comienzo esa lectura colaborativa que todo texto requiere en cuanto a máquina interactiva. En lo sucesivo, asistiremos a la historia de Amaury a través de las palabras que su mente comatosa escucha desde la cama del hospital, sin poder movernos ni interferir sino aceptando el vómito de la conciencia de los personajes que se dirigen a nosotros en segunda persona.
A lo largo de las “diez pequeñas muertes”, como diez “grandes reproches”, la voz increpa a Amaury desvelando sus recuerdos, sus costumbres y sus flaquezas. Una carrera docente anquilosada intelectualmente desde hace muchos años y el recuerdo inquietante de una mujer que conoció en la Sorbona, ocupan las dos primeras “pequeñas muertes” como dos fracasos. La tercera “pequeña muerte” nos conduce al litoral gallego y a sus recuerdos premonitorios de un destino fatal durante su estancia en la Costa da Morte; mientras que la cuarta nos lleva a la pirámide del sol en Teotihuacan donde tuvo una experiencia mística que terminó con un tímido intento de suicidio en el metro de México DF.


Entre episodios alucinados de pesadilla, vamos conociendo la vida y el pasado de Amaury: un anciano cura que estudió en la Sorbona y consiguió trabajo en la Universidad; viajó para conocer el mundo y a los necesitados pero con el tiempo fue olvidando sus motivaciones pías; tuvo un hermano que comenzó la carrera sacerdotal para abandonarla con repentina violencia; perdidas las fuerzas y en el ocaso de su vida, ahora ya solo hace frente a una lección resobada en la Universidad y asiste a una junta vecinal en casa de un tal Luis, en la que tratan los problemas sociales del barrio. Entretanto, como en flashes oníricos, hemos asistido a episodios inquietantes como el del descubrimiento del propio cuerpo convaleciente (remedo del episodio barroco en el que se asiste al propio entierro), o el intento de asesinato de un antiguo alumno resentido.
Finalmente una serie de alucinaciones desembocan en un despertar parcial. La voz hiriente, antipática, le informa de la situación: un problema cardiaco, cirugía a corazón abierto y cinco semanas de coma han sido los causantes de sus pesadillas. Ahora se encuentra en un estado de semiinconsciencia que le permite escuchar a veces las voces que le rodean pero que lo sume también en profundas alucinaciones.