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Análisis de la novela «El infierno de Amaury»

agosto 27, 2008

Cuando Graham Green recibió el encargo del productor Alexander Korda de escribir un argumento para una película de Carol Reed (tras el éxito conseguido por la adaptación cinematográfica de otro cuento de Green: El ídolo caído) su poca familiaridad con el medio cinematográfico le impidió lanzarse directamente a la composición del guión técnico de lo que terminaría siendo el afamado clásico del cine El tercer hombre. Green escribió una novela homónima que funciona a la perfección de forma autónoma. Nada tiene de esquemática ni de teatral, sino que explota todos los recursos narrativos del género novelístico sin atender a su posible plasmación en el celuloide (Geen, 1999, en el prólogo de Manuel Vázquez Montalbán). Pero, aún así, la novela nunca podrá desvincularse de la película que alcanzaría fama inmortal gracias a la estelar aparición de Orson Welles, sino que se adhiere a ella como un elemento más de la compleja fusión de artes que es el cine.

El infierno de Amaury funciona de un modo similar en la construcción de la plataforma hipermedia Golpe de Gracia. No se puede negar que el género novelesco ofrece una fabulosa inmediatez a la hora de desarrollar líneas argumentales y de profundizar en la construcción de personajes. La novela ha servido no solo de inspiración al género cinematográfico, sino incluso de mecanismo de gestación en los momentos en que, por uno u otro motivo, no se ha dispuesto de la pericia necesaria para afrontar directamente el texto técnico que toda película requiere para ser llevada acabo. Por eso no nos debe extrañar que el hipertexto, todavía en estado embrionario en busca de consolidación genérica y que, como el cine, aglutina una incesante multiplicidad de disciplinas técnicas y artísticas, utilice el relato novelesco siquiera como materia prima puramente textual del artefacto literario.
Precisamente, por esta consideración genética en la construcción de todo el hipermedia, hemos decidido comenzar nuestra reseña por el comentario de la novela El infierno de Amaury. El recorrido natural de exploración de la obra sería más bien inverso: las dudas y las inquietudes que nos plantean los distintos mundos con sus accesorios asociados en las salas, nos llevan a adentrarnos cada vez más en la lectura fragmentaria de la novela, la cual resuelve, amplía y diversifica nuestros interrogantes. Pero como hemos señalado, no vamos a tratar aquí de un recorrido argumental particular sino de la trama.

Coordenadas Imprecisas de La Muerte

agosto 27, 2008

La novela se articula de manera fragmentaria en siete bloques generales, que en ocasiones se subdividen a su vez en apartados, y una nota final. El primero de estos bloques es “Coordenadas Imprecisas de La Muerte” y está dividido en diez “pequeñas muertes” y un último apartado con el mismo título del bloque.
La novela se abre con un poema de Netzahualcóyotl sobre la caducidad de la vida en la tierra que termina con un enigmático “tendremos que despertar/ nadie habrá de quedar”, como si el final del viaje trascendental consistiera en el regreso a la conciencia. Este comienzo no solo anticipa uno de los ambientes temáticos de la novela, y sobre todo del hipermedia: el de los enigmas de la cultura Azteca, sino que también resume, como veremos, el viaje mental que a lo largo de la novela realizará nuestro protagonista Amaury.
El primer bloque, como otros cinco de los siete que conforman la novela, se abre con un poema de Manuel Machado de la serie Ars Moriendi publicada por primera vez en 1922. En este clima mortuorio, una voz inquisitiva y reprensiva, se dirige a Amaury advirtiéndole de su final inminente. Pese a que argumentalmente esta voz puede explicarse como un desdoblamiento del propio protagonista que se habla a sí mismo desde alguna zona de la conciencia, la elección de la segunda persona gramatical para la voz omnisciente del narrador, no deja de ser un recurso que involucra activamente al lector, el cual se siente interpelado e incluido en el desarrollo de la ficción. Consideramos que no se trata en absoluto de una elección arbitraria sino que el autor requiere de nosotros desde el comienzo esa lectura colaborativa que todo texto requiere en cuanto a máquina interactiva. En lo sucesivo, asistiremos a la historia de Amaury a través de las palabras que su mente comatosa escucha desde la cama del hospital, sin poder movernos ni interferir sino aceptando el vómito de la conciencia de los personajes que se dirigen a nosotros en segunda persona.
A lo largo de las “diez pequeñas muertes”, como diez “grandes reproches”, la voz increpa a Amaury desvelando sus recuerdos, sus costumbres y sus flaquezas. Una carrera docente anquilosada intelectualmente desde hace muchos años y el recuerdo inquietante de una mujer que conoció en la Sorbona, ocupan las dos primeras “pequeñas muertes” como dos fracasos. La tercera “pequeña muerte” nos conduce al litoral gallego y a sus recuerdos premonitorios de un destino fatal durante su estancia en la Costa da Morte; mientras que la cuarta nos lleva a la pirámide del sol en Teotihuacan donde tuvo una experiencia mística que terminó con un tímido intento de suicidio en el metro de México DF.


Entre episodios alucinados de pesadilla, vamos conociendo la vida y el pasado de Amaury: un anciano cura que estudió en la Sorbona y consiguió trabajo en la Universidad; viajó para conocer el mundo y a los necesitados pero con el tiempo fue olvidando sus motivaciones pías; tuvo un hermano que comenzó la carrera sacerdotal para abandonarla con repentina violencia; perdidas las fuerzas y en el ocaso de su vida, ahora ya solo hace frente a una lección resobada en la Universidad y asiste a una junta vecinal en casa de un tal Luis, en la que tratan los problemas sociales del barrio. Entretanto, como en flashes oníricos, hemos asistido a episodios inquietantes como el del descubrimiento del propio cuerpo convaleciente (remedo del episodio barroco en el que se asiste al propio entierro), o el intento de asesinato de un antiguo alumno resentido.
Finalmente una serie de alucinaciones desembocan en un despertar parcial. La voz hiriente, antipática, le informa de la situación: un problema cardiaco, cirugía a corazón abierto y cinco semanas de coma han sido los causantes de sus pesadillas. Ahora se encuentra en un estado de semiinconsciencia que le permite escuchar a veces las voces que le rodean pero que lo sume también en profundas alucinaciones.

Comiendo del muerto

agosto 27, 2008

Este bloque no está dividido en capítulos. Se presenta en un torrente narrativo aparentemente continuo, pero al recorrerlo nos damos cuenta de que en realidad se trata de diversas narraciones fragmentadas que van interrumpiéndose las unas a las otras. Cada narrador es un conocido del padre Amaury que se dirige a él, en su estado de coma, para recriminarle algún aspecto de su vida. Una mujer que trabaja para él en el servicio doméstico le reprocha su actitud como jefe, un alumno su ineptitud como maestro, una beata le acusa de haberle hecho perder la fe con sus mentiras, otros parroquianos le recuerdan pecados inconfesables… incluso escucha la voz de su propio hermano hablándole sobre la hipocresía cristiana con su rechazo a la homosexualidad.
Ante esta pléyade de reproches dispersos, dos narraciones parecen guardar algo más de continuidad: las voces dialogantes de dos personas que debaten sobre teología, y la voz despectiva que recordamos del primer capítulo, que enmarca el resto de historias y cierra el capítulo recordándole que para salir de este infierno en el que se encuentra deberá dejarlo todo, desprenderse de sus deseos y afrontar sus remordimientos.
La decadencia de un viejo cura y de la ideología que representa, con su decrépita pérdida de autoridad, es utilizada en un plano más profundo por Jaime Alejandro Rodríguez como metáfora de la decadencia de una era. Una era que nació con buenas intenciones y que pretendió guiar al mundo por el recto camino mediante la racionalización y el perfeccionamiento en la búsqueda de la verdad, pero que, finalmente, se vio superada por la terrible arrogancia de sus propias pretensiones. Ya no hay autor ni autoridad, no hay lecciones magistrales, ni verdades teológicas, ni una moral absoluta, ni siquiera un discurso organizado… parece querer decirnos Jaime Alejandro tras esta caótica sucesión de reproches.

Jose o el Demonio del Mediodía

agosto 27, 2008

En este bloque conocemos a Jose, el hermano de Amaury quiena lo largo de veinte “visitas” y en diálogo con el convaleciente, nos desvelará nuevos detalles de su pasado.
El título nos remite, mediante una metáfora bíblica (Salmo 90.6), a esa crisis de personalidad que acomete a algunos hombres al alcanzar el Ecuador de sus vidas: tras haber cumplido sin pasión con todas las obligaciones familiares y profesionales, quieren sentir la vida antes de que se les escape del todo rompiendo con la rutina y haciendo algo distinto y original. Éste es el síndrome del que adolece el hermano de Amaury, como nos irá revelando a lo largo de su diálogo unidireccional.
A partir del relato fragmentario de Jose a lo largo de sus veinte visitas se pueden reconstruir dos historias diferentes. La primera de ellas se refiere a los últimos años de su vida en un hospicio para ancianos. En ella nos describe una vejez desacomplejada junto a los compañeros del hospicio y entregada a los escasos jugos de placer que todavía pueden exprimir a la vida. Entre enternecedoras travesuras que ya no tienen nada de inocentes y amoríos otoñales, van consumiendo los últimos días de sus vidas exhaustas.
La otra historia se remonta a casi cincuenta años atrás, a la época en la que Jose y Amaury todavía se trataban. De hecho, Jose por aquellos años quiso seguir los pasos de su hermano y ordenarse sacerdote. Pero una mujer: Ysabel Hernández, vinculada a la Orden y que el propio Amaury le presentó, se interpuso no solo entre Jose y la Iglesia, sino también entre los dos hermanos. Jose nos relata la torpe relación a tres bandas que llevaron durante algunos años, enturbiada por las advertencias puritanas del celoso Amaury y una casi insana afición por Paul Claudel. Finalmente la enrarecida relación terminó de forma traumática, con un fatal arranque de ira del propio Jose y la separación definitiva de los tres. La huída de ese ambiente católico y remilgado no sentó nada mal a Jose, sino todo lo contrario: se liberó de todo prejuicio y viajó por toda América dedicado a causas y oficios marginales, descubriendo el rostro de la Colombia real y alejándose del “manto de la pureza y la asepsia” que a los otros dos arropaba.

Miramientos de Fantasmas

agosto 27, 2008

En este caso el visitante es un fantasma de silueta femenina que habita en el hospital y acompaña a los enfermos. Al tratarse de un ser que habita el espacio limítrofe entre la vida y el mundo de los muertos, el fantasma informa a Amaury, sin abandonar la crítica y el reproche, de algunas de las cosas que en el plano de lo real suceden en la habitación. La más relevante de todas: la visita de un alumno de ojos diabólicos que le dice algo terrible al oído.
En este capítulo también recibe la visita fantasmagórica de Ysabel que lo tutea con familiaridad como rasgo distintivo de su voz.

Voces desde el Infierno

agosto 27, 2008

Este bloque dividido en trece “voces” y una “voz final” consiste en una catábasis o Descenso a los Infiernos en la que, a modo de La Comedia dantesca, van sucediéndose demonios abominables que le anticipan el inminente destino del protagonista en las calderas de Pedro Botero.
Es en este capítulo en el que verdaderamente asistimos a la representación del Infierno personal del padre Amaury. Entre estéticas imágenes de caos y destrucción, Jaime Alejandro aprovecha para mostrarnos el Infierno que él concede a la antigua modernidad representada por el viejo sacerdote: un entramado caótico de galerías en forma de Red, habitado por una desquiciante presencia polifónica. Un infierno tremendamente similar a lo que algunos han dado en llamar “blogosfera”, por poner un ejemplo.

Muerte Digital

agosto 27, 2008

Este bloque dividido en cuatro “sueños” es el primero que no comienza con un poema del Ars Moriendi de Manuel Machado sino que lo hace con una críptica cita de la República de Platón. Por primera vez el relato abandona la preponderancia de la segunda persona indicando un acercamiento del desenlace.
Tres historias se entrecruzan en este capítulo. La primera la constituyen unos recuerdos de infancia a modo de confesión en primera persona del padre Amaury. Se trata de una infancia traumática con un padre militar y una abnegada madre sumisa. La segunda de las historias se entrecruza hábilmente con estos recuerdos a través de los sueños de un personaje no identificado que parece entrar en conexión onírica con Amaury. Este personaje que despierta siempre al lado de su mujer con la sensación de haber sentido en propia carne la huidiza vida del padre Amaury, cree descubrir o intuir que la vida del párroco corre peligro, que alguien está atentando voluntariamente contra él. Finalmente, a través de la información recopilada en sueños, es capaz de dar con el paradero del hombre que le está pidiéndole auxilio.


La tercera de las historias es la más suculenta desde el punto de vista de la acción y será la que precipite el desenlace de la novela. Ángel Maldonado, un joven hijo de un matrimonio felizmente divorciado, sufre el síndrome conocido en Japón como hikikomori: un aislamiento físico voluntario en el propio dormitorio (con frecuencia de la casa familiar) provocado por la excesiva presión de la sociedad exterior, que conduce a un número sorprendentemente elevado de jóvenes a la exclusiva sociabilización a través de medios electrónicos (se encuentra ya algún caso en Madrid). Mientras sus amantes padres se entrevistan preocupados por la situación de Ángel, éste consiente en salir en dos ocasiones de su cuarto. Pero lejos de representar una mejora en su actitud, estas salidas son requerimientos indispensables de un siniestro plan que está fraguando en colaboración con Luis Rodríguez, uno de los tertulianos de la junta comunal que frecuentaba Amaury todos los viernes. Durante la segunda ausencia de Ángel, su madre, Silvia, entra en el cuarto del que su hijo no había salido en casi seis meses. Allí todo son aparatos electrónicos funcionando. En el ordenador encuentra decenas de ventanas abiertas con conversaciones de mensajería instantánea, páginas web y sobre todo un blog. Un blog personal de su hijo Ángel, que se hace llamar “Ángel de la frescura” en el entorno virtual, dedicado al vituperio y escarnio de la vejez. Muchos comentaristas ensalzan la ideología del blogero e incluyen propuestas y consignas de asesinar a los viejos, que obtienen cumplida respuesta en las macabras promesas de Ángel.

Golpe de Gracia

agosto 27, 2008

En clave de nota de prensa, la novela se cierra con el relato objetivo y sucinto de los últimos acontecimientos. El personaje misterioso que sufría conexiones oníricas con nuestro protagonista se trataba del periodista José Arango. Como se vio al final del anterior bloque, finalmente dio con el enfermo y emprendió una investigación al más puro estilo policiaco que desveló la trama urdida por Ángel Maldonado. Éste se sirvió, previo pago, de Luis Rodríguez como brazo ejecutor para terminar con la vida de Amaury, antiguo profesor de Ángel y símbolo para él del poder caduco, envenenándolo paulatinamente con extracto de flor digital.

digitalis purpurea

digitalis purpurea

Aún así, la ayuda llegó demasiado tarde, cuando el veneno que Luis Rodríguez administraba furtivamente en cada visita, ya había minado por completo la vida del viejo párroco. En su último aliento, durante esa fugaz recuperación que sobreviene antes de la muerte, Amaury pudo relatar al periodista José Arango su experiencia durante el coma. A partir de este relato se ha construido la novela que ahora concluye.

Nota Final

agosto 27, 2008

En esta nota final, el propio Jaime Alejandro Rodríguez nos provee de algunas fuentes referenciadas de estudios relacionados con la experiencia cercana a la muerte, los cuales sirvieron de inspiración para la construcción narrativa de muchos de los episodios que relatan la agonía del padre Amaury.