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Muerte Digital

agosto 27, 2008

Este bloque dividido en cuatro “sueños” es el primero que no comienza con un poema del Ars Moriendi de Manuel Machado sino que lo hace con una críptica cita de la República de Platón. Por primera vez el relato abandona la preponderancia de la segunda persona indicando un acercamiento del desenlace.
Tres historias se entrecruzan en este capítulo. La primera la constituyen unos recuerdos de infancia a modo de confesión en primera persona del padre Amaury. Se trata de una infancia traumática con un padre militar y una abnegada madre sumisa. La segunda de las historias se entrecruza hábilmente con estos recuerdos a través de los sueños de un personaje no identificado que parece entrar en conexión onírica con Amaury. Este personaje que despierta siempre al lado de su mujer con la sensación de haber sentido en propia carne la huidiza vida del padre Amaury, cree descubrir o intuir que la vida del párroco corre peligro, que alguien está atentando voluntariamente contra él. Finalmente, a través de la información recopilada en sueños, es capaz de dar con el paradero del hombre que le está pidiéndole auxilio.


La tercera de las historias es la más suculenta desde el punto de vista de la acción y será la que precipite el desenlace de la novela. Ángel Maldonado, un joven hijo de un matrimonio felizmente divorciado, sufre el síndrome conocido en Japón como hikikomori: un aislamiento físico voluntario en el propio dormitorio (con frecuencia de la casa familiar) provocado por la excesiva presión de la sociedad exterior, que conduce a un número sorprendentemente elevado de jóvenes a la exclusiva sociabilización a través de medios electrónicos (se encuentra ya algún caso en Madrid). Mientras sus amantes padres se entrevistan preocupados por la situación de Ángel, éste consiente en salir en dos ocasiones de su cuarto. Pero lejos de representar una mejora en su actitud, estas salidas son requerimientos indispensables de un siniestro plan que está fraguando en colaboración con Luis Rodríguez, uno de los tertulianos de la junta comunal que frecuentaba Amaury todos los viernes. Durante la segunda ausencia de Ángel, su madre, Silvia, entra en el cuarto del que su hijo no había salido en casi seis meses. Allí todo son aparatos electrónicos funcionando. En el ordenador encuentra decenas de ventanas abiertas con conversaciones de mensajería instantánea, páginas web y sobre todo un blog. Un blog personal de su hijo Ángel, que se hace llamar “Ángel de la frescura” en el entorno virtual, dedicado al vituperio y escarnio de la vejez. Muchos comentaristas ensalzan la ideología del blogero e incluyen propuestas y consignas de asesinar a los viejos, que obtienen cumplida respuesta en las macabras promesas de Ángel.